Hasta el presente -hoy-, el Estado colombiano a través de los
distintos gobiernos ha sido literalmente incapaz
de sancionar y ejecutar reformas y políticas educativas que trasformen la
calidad de la educación en nuestro país. Las eventuales razones para que ello
hay sido así las vamos a obviar, dado el preciso objetivo de éstas notas,
además del factor espacio.
Pero, al tiempo que no dudamos en hacer esta aseveración, paralelamente reconocemos que en los tiempos que
corren, ya se dejan ver convergencias importantes entre diversas vertientes del
espectro político nacional, a propósito
de despejar el horizonte del país en este sensible y estratégico asunto.
El estudio más reciente de la Fundación Compartir con sus
puntuales propuesta, a las que han precedido pronunciamientos juiciosos desde
diferentes miradas por parte de estudiosos y algunos colectivos, coinciden en superar el discurso grandilocuente
de las generalizaciones aunado al tono politicista del mismo, preñado de
reproches y condenas.
Documentos y eventos propiciados por diferentes
sectores, prolíficos en la década del ochenta del siglo pasado,
registra la participación activa de disímiles corrientes de pensamientos al
interior del magisterio colombiano. Es
uno de los tantos hitos en la cuestión planteada, necesarios a considerar en el
rastreo de esta historia para inventariar activos y, superar unilateralismos de
distintas marcas.
El reconocimiento del peso específico del recurso humano en
el proceso complejo de educar, a través de las instituciones del sector, por tanto la identificación de su
consistencia en materia de formación, vocación, auto-reconocimiento con sentido
de profesionalidad, record de
competitividad en el curso del bachillerato, pruebas del Icfes (hoy Saber),
pregrados en la carrera docente y post-grados, amén del reconocimiento social
por parte del Estado y la sociedad misma,
que involucra su remuneración, es hoy un referente determinante que no
está en discusión.
Las facilidades y estímulos para que los mejores opten por
estudiar las carreras docente, la actualización y pertinencia de la malla
curricular, importancia de la evaluación
tanto en el proceso de formación de los maestros como en el ejercicio del
oficio; la lectura y la escritura como prácticas sin las cuales no se puede
concebir al profesional de la educación, sujeto de la docencia, junto a la
inversión sostenible para que los espacios escolares den el tránsito de la
mendicidad a templos de la labor de enseñar para desatar la revolución del
talento humano: la creatividad, potenciación de la imaginación, rigor
científico tanto en lo conceptual como en el abordaje de la investigación,
ligado a la formación del espíritu crítico,
constituyen condición y escenarios para que la susodicha calidad tome
cuerpo en el evento mismo de la clase como acontecimiento de saber, al que ha
de ser inherente la dimensión ética del ciudadano y del profesional.
Tales realizaciones trasformadoras, que presuponen una
re-invención en materia presupuestal como en el orden mental de gobernantes y administradores
a todos los niveles del sector, llevan consigo, como respaldo, unos criterios
detrás, unos pilares o columnas, entre los que destaco:
1. Cero tolerancia con la “cultura” del atajo
2. Clima y régimen en el que prevalezca la pedagogía del ejemplo.
3. Asunción de lo público como “cosa sagrada”, esfera del bien común del que todos los ciudadanos somos celosos socios.
4. Reconocimiento de la meritocracia como habitualidad institucional, referente de competitividad.
5. Deslegitimación garantizada de la violencia y los prejuicios discriminatorios.
6. Estética, racionalidad y razonabilidad como ejes de la institucionalidad escolar.
7. Incompatibilidad de las autoridades (directivos-docentes) escolares con actividades de lucro personal (sea cual sea el producto o actividad) al interior del espacio institucional y menos utilizar el nombre de la institución para tal fin. Extensivo a los docentes
8. Investigación científica, debate académico, lectura y escritura como prácticas intelectuales cotidianas inmanentes al ser de la formación escolar.
1. Cero tolerancia con la “cultura” del atajo
2. Clima y régimen en el que prevalezca la pedagogía del ejemplo.
3. Asunción de lo público como “cosa sagrada”, esfera del bien común del que todos los ciudadanos somos celosos socios.
4. Reconocimiento de la meritocracia como habitualidad institucional, referente de competitividad.
5. Deslegitimación garantizada de la violencia y los prejuicios discriminatorios.
6. Estética, racionalidad y razonabilidad como ejes de la institucionalidad escolar.
7. Incompatibilidad de las autoridades (directivos-docentes) escolares con actividades de lucro personal (sea cual sea el producto o actividad) al interior del espacio institucional y menos utilizar el nombre de la institución para tal fin. Extensivo a los docentes
8. Investigación científica, debate académico, lectura y escritura como prácticas intelectuales cotidianas inmanentes al ser de la formación escolar.
Santiago de Tolú, febrero 13 – 2014
Ramiro del Cristo Medina Pérez.